Por Dr. Jorge Quiroz Valiente
Durante los años recientes ha habido una tendencia a menospreciar las formas de producir alimentos que se dieron desde la década de los 60´s, con la Revolución Verde, muchas veces sin considerar el contexto de la época. Por un lado, la población mundial era una fracción de la actual; de acuerdo con la FAO, en 1960 había aproximadamente 3.000 millones de habitantes en el mundo. A partir de este punto, la población mundial ha aumentado de forma constante a lo largo del siglo XX y XXI. En 2020, llegó a los 7.900 millones, y la tendencia de la población mundial se mantiene creciente, con pronósticos de alcanzar los 9,700 millones de personas para el 2040.
Como correspondería, la producción total de alimentos también ha debido presentar aumentos para suplir las demandas de una población mayor. En 1960, la producción mundial de alimentos era de 2.100 millones de toneladas, mientras que para el 2020 fue de 4.400 millones de toneladas.
Aunque la población mundial se duplicó entre 1960 y 2000 y los niveles de nutrición mejoraron notablemente, los precios del arroz, trigo y maíz (los principales alimentos básicos del mundo) disminuyeron del orden del 60 por ciento. La caída de los precios indica que, a escala mundial, los alimentos no sólo crecen al ritmo de la demanda, sino que incluso lo hacen con mayor rapidez y se eficientiza su consumo. El crecimiento de la producción de alimentos se ha ralentizado paulatinamente en las últimas décadas, pero sigue siendo significativo. En la década de 1960, la producción de alimentos mundial creció a una tasa anual de 2.5 %, y para el 2040 apunta a reducirse al 1.9 %.
Las Naciones Unidas, como muestran en sus Objetivos del Desarrollo Sostenible, tienen bien presentes que los sistemas de agricultura y nutrición humana desempeñan un papel protagónico en la subsistencia y el bienestar humanos. Sin embargo, también están fuertemente involucrados en el deterioro planetario con respecto a las perturbaciones de los ciclos de nitrógeno y fósforo, la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.
El desafío de alimentar a la futura población mundial y al mismo tiempo reducir los efectos ambientales adversos de la agricultura solo será posible combinando la intensificación sostenible de los sistemas de cultivo con cambios sistémicos fundamentales en la oferta y la demanda de alimentos, incluidos cambios en la alimentación, reducción de residuos y rediseño de los sistemas productivos.
Algunos estudios demuestran que la agricultura sostenible en mancuerna con medidas estructurales, que incluyan la reducción del desperdicio de alimentos y del consumo de productos animales, permitiría y mejoraría el modo de satisfacer las necesidades de la población mundial. Por supuesto, con mucha menos contaminación y menos comercio a larga distancia, promoviendo además un mayor grado de soberanía alimentaria (Muller et al. 2017).
Como se infiere del rápido análisis realizado a escala global, la dieta humana, las técnicas de cultivo (en particular, la agricultura orgánica contra la química), el modo de alimentación del ganado y el papel del comercio internacional son cuatro temas importantes al abordar el desafío de los futuros sistemas agroalimentarios. Estas cuatro cuestiones no se excluyen entre sí y se pueden distinguir dos tipos de escenarios contrastados: aquellos que describen un mundo futuro con mayores intercambios comerciales a larga distancia, una mayor especialización e industrialización de los sistemas agrícolas, y otros que privilegian la reconexión local de la producción y el consumo de alimentos de los sistemas agrícolas y ganaderos, así como una dieta más equitativa. Planteado de otro modo, está el camino de un mundo como el de hoy, pero con una globalización aún más extrema y apostando a la optimización de los campos, o, por el contrario, la opción de retirarse “a tiempo” y regresar a lo local.
Por lo pronto, ninguno de esos escenarios predice la plena autosuficiencia de todas las regiones del mundo en el horizonte 2050, lo que hace inevitable una cierta cantidad de comercio internacional de productos.
Regresando a la primera idea, es complicado juzgar las decisiones tomadas en el mundo cuando la población no llegaba ni a dos quintas partes de la actual. En su momento, seguro fue hasta intuitiva la decisión de explotar los campos de cultivo. ¿Qué más hacer con un mundo malnutrido, con población creciente y con altos costos en los alimentos? Con la Revolución verde se acabaron en buena medida varios de los serios problemas de ese entonces. ¿Después vino un exceso? Sí, y es una desgracia, pero responsabilizar a los agroquímicos y la maquinaria no le haría justicia. Es fácil culpar a la semilla por el árbol, pero a veces es más culpa del que la riega. En lo que un cambio radical se produce, detener el deterioro del planeta sigue siendo una alternativa que empieza cambiando hábitos de consumo, evitando el desperdicio de alimentos y exigiendo regulaciones a las empresas y gobiernos.