El trabajo de un depredador

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Por Dr. Jorge Quiroz Valiente

El control biológico es una estrategia para el manejo de plagas y enfermedades que aprovecha a otros organismos vivos. Esto incluye el uso de depredadores, parásitos o patógenos naturales que atacan a aquellas especies indeseadas en un lugar, ayudando a reducir su población de manera sostenible y ecológica. De hecho, una de sus grandes aplicaciones está en las actividades del campo, donde constantemente se combaten factores bióticos que atentan contra la productividad.

Este enfoque puede ser más amigable con el medio ambiente que el uso de pesticidas químicos, ya que promueve el equilibrio natural y minimiza los efectos adversos en otros organismos y en el ecosistema en general. Algunos ejemplos de control biológico son la liberación de mariquitas para controlar pulgones o el uso de nematodos para combatir larvas de insectos en el suelo.

El control biológico clásico ha sido ampliamente investigado por varios países. Como causa y consecuencia, se ha convertido en una herramienta de suma importancia para el futuro de la humanidad. Para mantenerla funcional, hay que monitorear la eficacia del control biológico. Esto con el afán de evitar el desarrollo de resistencia por parte de las plagas, que, si bien es muy improbable, no es imposible.

Por todas partes hay especies invasoras, incluso en las ciudades. Hoy en día, el mundo es más urbano que nunca, y la sobrepoblación de las ciudades surgió en cuestión del último siglo. Este rápido cambio hacia la urbanización ha obligado a las plantas y los animales a responder a estos nuevos entornos.

Cuando las especies animales comienzan a proliferar rápidamente en los ecosistemas urbanos, a menudo se las considera "plagas". Algunos de estos animales pueden ser portadores y transmisores de enfermedades, competir con especies nativas y, en ocasiones, expresar tendencias agresivas hacia los humanos. Las especies comunes que se consideran plagas urbanas incluyen palomas, gorriones domésticos, ratas y ratones. Hay otras que pasan desapercibidas. Las ardillas en la Ciudad de México, por ejemplo, se han convertido en un problema serio, siendo consideradas una plaga en áreas como el Bosque de Chapultepec y los Viveros de Coyoacán.

Regular estos animales puede ser particularmente difícil. Los residentes suelen considerar que los enfoques letales para el manejo son poco éticos e inhumanos. Sin embargo, los métodos no-letales para control o erradicación de animales pueden ser costosos, tener tasas de éxito modestas y requerir una inversión constante por su escasa perdurabilidad.

La introducción de árboles altos en los parques urbanos ha mejorado aún más el hábitat de las ardillas, lo que ha fomentado que sus poblaciones aumenten. Se sabe que la ardilla gris mexicana desempeña un papel importante en la transmisión de parásitos y como reservorio del virus de viruela en varias especies. La sobreabundancia de ardillas en las ciudades y su proximidad a los humanos pueden ser problemáticas teniendo en cuenta los patógenos que acarrean. Por ejemplo, la ardilla gris occidental (Sciurus griseus) puede ser un huésped reservorio de la espiroqueta Borrelia burgdorferi, causante de la enfermedad de Lyme; en ciertas áreas, hasta el 30 % de las ardillas grises occidentales están infectadas. También ha habido casos de humanos que contrajeron rabia (Lyssavirus de la rabia) a partir de una mordedura de ardilla.

Una posible alternativa es, entonces, promover medidas de control biológico en entornos urbanos utilizando interacciones entre especies que ocurren en entornos naturales.

Las especies que están hasta arriba de la cadena alimenticia tienen importantes funciones ecológicas. En realidad, tienen mucho impacto más allá de regular la abundancia de especies presa. Los depredadores del vértice también controlan el ecosistema a través de efectos no letales (por ejemplo, cambios en el comportamiento de búsqueda de alimento para evitar ser comidos), lo que en última instancia hace que las poblaciones disminuyan. Las poblaciones no son reguladas por la disponibilidad de alimento, sino por los depredadores; para comprobarlo, basta ver cuántas hojas sin comer hay en los árboles.

La depredación de las ardillas por parte de las aves rapaces podría ser un enfoque prometedor para controlar su crecimiento urbano. Se ha notado una disminución en la cantidad de ardillas en los parques de la Ciudad de México en donde hay más aves rapaces (Johnson et al., 2024). Y, además, no hay evidencia de que las aves rapaces las vayan a erradicar por completo, que tampoco es lo ideal.

La virtud del control biológico está en su carácter ecológico, en el estricto sentido de la palabra. Es decir, aprovecha la comprensión de las relaciones entre especies. En vista de que las plagas se adaptan para ser cada vez más resistentes, tienen que surgir nuevos enfoques en su manejo. Los sintéticos se van quedando atrás, tanto en efectividad como en viabilidad. Los biológicos, en cambio, ofrecen mucho para explotar en el campo y en las ciudades. A veces, es en la complicada sencillez de la naturaleza donde están las soluciones.